Educación

El Sistema Educativo en México

J. Jesús Reyes R. del Cueto

El día de ayer, en compañía de mis amigos vi una película que recomiendo ampliamente a todos nuestros amables lectores. Se trata de la coproducción México-alemana Guten Tag (Buenos Días) Ramón en la cual un joven mexicano de alguna parte marginada de Durango busca una mejor vida en Alemania. Para no dar muchos detalles acerca de la película y arruinar el placer de que cada uno la vea en la comodidad de su casa o el cine (lo cual invito a los lectores a hacer para apoyar el cine mexicano), simplemente diré que la película termina con dicho joven recibiendo una inesperada e importante cantidad de dinero. Inmediatamente después, al comenzar los créditos, se ve al que se presume es el protagonista entrando a su pueblo en una camioneta nueva, lo que varios de mis amigos vieron como una acción «negativa» ya que probablemente gastó la mitad o más de su dinero en algo que no le iba a redituar para nada y que no lo iba a ayudar a crear una situación mejor de vida para él y su familia.

De ahí comenzó una larga discusión entre todos nosotros acerca de por qué, en ocasiones, los mexicanos que viven en situaciones de pobreza y marginación, cuando tienen acceso a un poco o un mucho de dinero, en vez de invertirlo y crear círculos virtuosos para salir del subdesarrollo, prefieren gastarlo en cosas que no les ayudarán a salir de su difícil situación. Un amigo nuestro nutrió la conversación con su experiencia de visitar pueblos zacatecanos remotos por cuestiones de trabajo que en sus palabras «están mucho peor que el pueblo en la película» y ver como compañías mineras les dan buenas cantidades de dinero a cada familia de algún pueblo para poder explotar sus tierras y como, en la gran mayoría de los casos, estas familias se gastan este dinero en camionetas y alcohol. Yo les dije que el personaje ficcioso Ramón, probablemente construiría una casa para él y su familia y ahí (junto con la camioneta) se le iría todo el dinero; esto también lo reprobaron mis amigos, ya que dijeron que una casa (nuevamente) no produciría nada y que para salir de la pobreza se necesita convertir el dinero que te pudo haber llegado por suerte en más dinero.

Esta es la visión de muchos mexicanos, que piensan que los pobres lo son porque quieren serlo y que cuando tienen acceso a recursos no toman las decisiones financieras necesarias para salir de su situación marginada. Sin duda, económica y financieramente la decisión de Ramón y la mayoría de los mexicanos no es la correcta ni la más deseada, pero ¿en realidad podemos juzgar dicha decisión de gastar dinero en casas, coches o alcohol? Mi respuesta es un absoluto y determinante NO, y espero transmitirles a ustedes, como lo intente hacer ayer con mis amigos, el porqué pienso así.

Todos, o al menos la mayoría de nosotros tenemos cierto nivel de comodidad y bienestar (sí, nosotros, los que podemos leer estas palabras, ya que al menos tenemos acceso a Internet, privilegio de solo el 43.5% de la población y solo el 30.7% lo tiene en casa según cifras del INEGI del año pasado), lo cual hace imposible juzgar los actos de personas que se encuentran en las situaciones de pobreza más deplorables que nos podamos imaginar. Al menos para mí, al ver las condiciones en las que vivían Ramón y su familia, es completamente lógico que lo primero que quiera hacer es construirles una vivienda digna, lo cual es bastante caro. Pero incluso si decidiera hacer otra cosa como simplemente emborracharse y desperdiciar todo su dinero no podríamos tomarlo como negativo, ya que estas decisiones (de muchos mexicanos) son producto directo de la falta de educación que existe en nuestro país, de la cual la mayoría de nuestros conciudadanos sufren los efectos.

El Colegio de México y su investigador Manuel Gil Antón recientemente expusieron en un vídeo la preocupante situación de la educación en México. Ahí nos explican a detalle como 32 millones de mexicanos (casi un tercio de la población y 43% de los que tenemos entre 15 y 64 años) se encuentran en rezago educativo de algún tipo. Estamos hablando de 5.4 millones de mexicanos que no pueden leer ni escribir un simple recado; 10.1 millones de mexicanos que no terminaron la primaria; y 16.4 millones de mexicanos que no terminaron la secundaria. Casi 32 millones de mexicanos que no contaron con la educación que la constitución les garantiza como derecho. El problema educativo no son los maestros ni los sindicatos, ¡el problema educativo es este! Estas 32 millones de personas no se salieron de la escuela por los maestros o los sindicatos, lo hicieron por muchas otras razones, entre ellas la pobreza y la marginación. Pero esto no es todo, de los que sí terminan la educación media, 6 de cada 10 estudiantes no pueden leer ni escribir a un nivel suficiente; es decir pueden leer y escribir un recado o una señal de tráfico pero no cuentan con destrezas de comprehensión de la lectura o escritura a cierto nivel. «Aprender o no aprender es casi un volado en México». 

Y no nos podemos sorprender de esta realidad cuando, según el censo educativo del INEGI del 2013 que cita Denise Dresser, en 45% de las escuelas no cuentan con drenaje (este número se incrementa a 82.4% en el estado de Oaxaca, ¡8 de cada 10 escuelas sin drenaje!), el 31% sin agua corriente, el 11% sin ningún sistema sanitario, el 35.8% sin área deportiva y el 94% sin laboratorio de ciencias. Cuando nuestras escuelas no tienen la infraestructura necesaria para dar una enseñanza y un entorno digno a sus alumnos, no nos puede sorprender que los niños y jóvenes mexicanos no aprendan lo que deben de aprender. 

Si esta es la realidad del sistema educativo en México, si un tercio de los mexicanos están en rezago educativo y dos tercios de los que terminan el sistema de educación media no pueden leer ni escribir a un nivel suficiente, ¿cómo podemos esperar que tomen las decisiones financieras necesarias para salir de la pobreza? Y me disculparan todos, pero estos son los resultados de una falla colectiva de todos nosotros que como mexicanos no hemos sabido exigir de las autoridades el derecho que la constitución nos consagra a todos. Desde una posición de privilegio, no podemos juzgar a los más necesitados cuando no exigimos a nuestro gobierno que les de las herramientas necesarias para salir del subdesarrollo.     

Cómo Cambiar Historias*

Por Francisco Solís

Estudiar conviene, y conviene mucho. Eso confirman los datos de la Encuesta Nacional de Educación, Capacitación y Empleo (2001) expuestos por Pablo Peña y Armando Chacón en su libro «Cómo Cambiar Historias»; una persona que terminó la licenciatura gana en promedio 117% más que aquellos que solo terminaron la secundaria. Y el beneficio de una mayor escolaridad no se queda en el ámbito económico, las personas con más educación tienen una mejor calidad de vida, cuidan más su salud, participan activamente en cuestiones sociales y, quizá lo más importante, tiene más posibilidades de educar mejor a sus hijos. La sociedad también gana.

Y si la educación tiene tantos beneficios, entonces, ¿por qué hay tantas personas que dejan de estudiar?

Cuando se habla de mejorar la educación inmediatamente viene a nuestra mente trabajar sobre los planes de estudio, construir más y mejores escuelas, aumentar el tiempo que los estudiantes pasan en la escuela, tener mejores maestros: todo esto se refiere a lo que Peña y Chacón llaman «Oferta Educativa». Sin embargo, poco se piensa en la contra-parte, es decir, la «Demanda Educativa»; esta es la actitud y aptitud necesaria para que los niños y adolescentes QUIERAN y PUEDAN estudiar.

Del lado de la oferta educativa casi todo depende del gobierno, poco podemos hacer que verdaderamente impacte en la vida de personas de carne y hueso. Pero en lo que respecta a la oferta educativa, existe un gran campo de oportunidad, en el cual algunas personas ya se han involucrado, y han conseguido –literalmente– cambiar historias.

Del lado de la oferta educativa, lo que impide que los estudiantes quieran y puedan estudiar, se identifican tres obstáculos: la falta de ejemplos a seguir, falta de detención de talentos y falta de financiamiento.

Las personas no nacemos con grandes aspiraciones, sino que se van formando a lo largo de nuestra vida; de ordinario, un niño que no tiene padres que estudiaron, ni familiares cercanos o alguien que sea ese ejemplo a seguir, la tiene más difícil. Estudiar, para él o ella, es algo lejano y fuera de su realidad, por ello, es muy probable que abandone sus estudios.

Cuando se sabe que se posee algo valioso se le trata de sacar provecho. En nuestro país podemos encontrar a lo largo y ancho del territorio niños con gran talento, pero ni ellos ni sus padres lo saben. Y por lo tanto, no se explota ese talento. Si los niños con talento –no tanto que sean genios, sino que sean capaces de estudiar satisfactoriamente– y sus padres supieran la condición en que se encuentran, entonces, estarían más dispuestos a sacrificar tiempo, dinero y esfuerzo para poder estudiar.

Por último, está el problema del dinero. Aunque en México la gran mayoría de niños y jóvenes asisten a escuelas gratuitas, el hecho de estudiar representa una pérdida económica. Un joven que estudia es un joven que no está trabajando, o que si lo hace, su ingreso es más bajo que el de aquel que se dedica totalmente a trabajar. A la larga le convendría más estudiar, sin embargo, para muchas familias la urgencia de un ingreso extra y el hecho de apoyar en el gasto común no puede esperar. Una beca –por muy pequeña que sea– le ayudaría a muchos jóvenes a seguir estudiando.

En estos tres campos de oportunidad: ejemplos a seguir, detección talentos y apoyo financiero, se pueden hacer muchísimas cosas. No hacen falta grandes programas, que deberían provenir del gobierno (aunque no hay que confiar mucho en que lleguen), para influir en el mejoramiento de la educación; con acciones sencillas y trabajo voluntario se puede lograr mucho: se puede cambiar una vida –aunque sea una–, y esto habrá valido la pena.

Los invito a leer el libro «Como Cambiar Historias», de la editorial del Fondo para la Cultura Económica, en él encontrarás ideas y motivos para que persona como tú y yo aportemos en la mejora educativa de México.

*Título del artículo inspirado en el libro de Pablo Peña y Armando Chacón, que lleva el mismo título.