El día de ayer, en compañía de mis amigos vi una película que recomiendo ampliamente a todos nuestros amables lectores. Se trata de la coproducción México-alemana Guten Tag (Buenos Días) Ramón en la cual un joven mexicano de alguna parte marginada de Durango busca una mejor vida en Alemania. Para no dar muchos detalles acerca de la película y arruinar el placer de que cada uno la vea en la comodidad de su casa o el cine (lo cual invito a los lectores a hacer para apoyar el cine mexicano), simplemente diré que la película termina con dicho joven recibiendo una inesperada e importante cantidad de dinero. Inmediatamente después, al comenzar los créditos, se ve al que se presume es el protagonista entrando a su pueblo en una camioneta nueva, lo que varios de mis amigos vieron como una acción «negativa» ya que probablemente gastó la mitad o más de su dinero en algo que no le iba a redituar para nada y que no lo iba a ayudar a crear una situación mejor de vida para él y su familia.
De ahí comenzó una larga discusión entre todos nosotros acerca de por qué, en ocasiones, los mexicanos que viven en situaciones de pobreza y marginación, cuando tienen acceso a un poco o un mucho de dinero, en vez de invertirlo y crear círculos virtuosos para salir del subdesarrollo, prefieren gastarlo en cosas que no les ayudarán a salir de su difícil situación. Un amigo nuestro nutrió la conversación con su experiencia de visitar pueblos zacatecanos remotos por cuestiones de trabajo que en sus palabras «están mucho peor que el pueblo en la película» y ver como compañías mineras les dan buenas cantidades de dinero a cada familia de algún pueblo para poder explotar sus tierras y como, en la gran mayoría de los casos, estas familias se gastan este dinero en camionetas y alcohol. Yo les dije que el personaje ficcioso Ramón, probablemente construiría una casa para él y su familia y ahí (junto con la camioneta) se le iría todo el dinero; esto también lo reprobaron mis amigos, ya que dijeron que una casa (nuevamente) no produciría nada y que para salir de la pobreza se necesita convertir el dinero que te pudo haber llegado por suerte en más dinero.
Esta es la visión de muchos mexicanos, que piensan que los pobres lo son porque quieren serlo y que cuando tienen acceso a recursos no toman las decisiones financieras necesarias para salir de su situación marginada. Sin duda, económica y financieramente la decisión de Ramón y la mayoría de los mexicanos no es la correcta ni la más deseada, pero ¿en realidad podemos juzgar dicha decisión de gastar dinero en casas, coches o alcohol? Mi respuesta es un absoluto y determinante NO, y espero transmitirles a ustedes, como lo intente hacer ayer con mis amigos, el porqué pienso así.
Todos, o al menos la mayoría de nosotros tenemos cierto nivel de comodidad y bienestar (sí, nosotros, los que podemos leer estas palabras, ya que al menos tenemos acceso a Internet, privilegio de solo el 43.5% de la población y solo el 30.7% lo tiene en casa según cifras del INEGI del año pasado), lo cual hace imposible juzgar los actos de personas que se encuentran en las situaciones de pobreza más deplorables que nos podamos imaginar. Al menos para mí, al ver las condiciones en las que vivían Ramón y su familia, es completamente lógico que lo primero que quiera hacer es construirles una vivienda digna, lo cual es bastante caro. Pero incluso si decidiera hacer otra cosa como simplemente emborracharse y desperdiciar todo su dinero no podríamos tomarlo como negativo, ya que estas decisiones (de muchos mexicanos) son producto directo de la falta de educación que existe en nuestro país, de la cual la mayoría de nuestros conciudadanos sufren los efectos.
El Colegio de México y su investigador Manuel Gil Antón recientemente expusieron en un vídeo la preocupante situación de la educación en México. Ahí nos explican a detalle como 32 millones de mexicanos (casi un tercio de la población y 43% de los que tenemos entre 15 y 64 años) se encuentran en rezago educativo de algún tipo. Estamos hablando de 5.4 millones de mexicanos que no pueden leer ni escribir un simple recado; 10.1 millones de mexicanos que no terminaron la primaria; y 16.4 millones de mexicanos que no terminaron la secundaria. Casi 32 millones de mexicanos que no contaron con la educación que la constitución les garantiza como derecho. El problema educativo no son los maestros ni los sindicatos, ¡el problema educativo es este! Estas 32 millones de personas no se salieron de la escuela por los maestros o los sindicatos, lo hicieron por muchas otras razones, entre ellas la pobreza y la marginación. Pero esto no es todo, de los que sí terminan la educación media, 6 de cada 10 estudiantes no pueden leer ni escribir a un nivel suficiente; es decir pueden leer y escribir un recado o una señal de tráfico pero no cuentan con destrezas de comprehensión de la lectura o escritura a cierto nivel. «Aprender o no aprender es casi un volado en México».
Y no nos podemos sorprender de esta realidad cuando, según el censo educativo del INEGI del 2013 que cita Denise Dresser, en 45% de las escuelas no cuentan con drenaje (este número se incrementa a 82.4% en el estado de Oaxaca, ¡8 de cada 10 escuelas sin drenaje!), el 31% sin agua corriente, el 11% sin ningún sistema sanitario, el 35.8% sin área deportiva y el 94% sin laboratorio de ciencias. Cuando nuestras escuelas no tienen la infraestructura necesaria para dar una enseñanza y un entorno digno a sus alumnos, no nos puede sorprender que los niños y jóvenes mexicanos no aprendan lo que deben de aprender.
Si esta es la realidad del sistema educativo en México, si un tercio de los mexicanos están en rezago educativo y dos tercios de los que terminan el sistema de educación media no pueden leer ni escribir a un nivel suficiente, ¿cómo podemos esperar que tomen las decisiones financieras necesarias para salir de la pobreza? Y me disculparan todos, pero estos son los resultados de una falla colectiva de todos nosotros que como mexicanos no hemos sabido exigir de las autoridades el derecho que la constitución nos consagra a todos. Desde una posición de privilegio, no podemos juzgar a los más necesitados cuando no exigimos a nuestro gobierno que les de las herramientas necesarias para salir del subdesarrollo.