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Prisioneros de la Esperanza

JESÚS REYES

Alguna vez mi padre me dijo que él se consideraba pesimista porque pensaba que eran los pesimistas los que cambiaban al mundo. Esta lógica tiene algo de validez en mi opinión porque solo dándose cuenta de las muchas faltas que tiene nuestro mundo podemos intentar cambiarlo. El optimismo ciego que muchos adoptan (especialmente televisoras y gobiernos en campañas publicitarias) es, sin duda, una receta para el fracaso; si cerramos los ojos y pensamos que todo está o va a estar bien sin darnos cuenta de lo tanto que está mal no podemos llegar a ningún lado.

En cambio si somos seres y ciudadanos críticos podemos darnos cuenta de muchas cosas y aspirar a cambiarlas. Pero para mí esto no es tan simple como una escala unidimensional entre pesimismo y optimismo. El problema de los pesimistas es que si bien se dan cuenta de lo que está mal, no aspiran a poder cambiarlo, porque son eso: pesimistas, para ellos las cosas no podrían mejorar. Más allá de identificarme como optimista o pesimista, me gustaría pensar que soy alguien crítico pero que nunca deja de tener esperanza y para validarlo compartiré dos testimonios que pienso me llevan en esa dirección.

El primero de ellos es influenciado sin duda por las filosofías no-violentas de algunos padres del cambio social como Martin Luther King Jr. y Gandhi. Estos dos líderes para hacer cambios significativos dentro de sus países nunca apoyaron a la violencia y para justificar su posición ideológica usaban metáforas comparando la violencia con la oscuridad o el fuego. King muchas veces dijo que la oscuridad no se puede combatir con más oscuridad ni el fuego con más fuego sino que se necesitaba de luz y de agua respectivamente para combatir estos males. En algo similar me baso (y se han basado muchos) para decir que la noche tiene que ser seguida por el día y la tormenta por la calma. Por lo que nos han enseñado nuestros miles de años como seres humanos sabemos que esto es cierto y tarde o temprano el invierno se transforma en primavera. Esto, siento yo, nos tiene que dar esperanza porque me cuesta mucho trabajo pensar que las cosas solo empeoraran y no pueden mejorar si todos hacemos nuestra parte.

Este mismo sentimiento es plasmado en una magnifica canción del artista norteamericano Tom Waits: “You can never hold back spring” – Nunca puedes detener a la primavera (la cual pueden disfrutar aquí), que a parte de su título dice otras cosas inspiradoras como Puedes estar seguro que nunca dejare de creer o El mundo está soñando, soñando con la primavera. Aunque esta canción es en esencia romántica, dice muchas cosas que para mí aplican en el mundo, en ocasiones desesperanzador de hoy; la primavera (me gustaría pensar) va a llegar, tiene que llegar  y por más que haya personas, gobiernos o sistemas que sigan intentando que no llegue, si todos hacemos lo que nos corresponde y seguimos luchando, esta primavera tan esperada llegará.

Lo segundo en lo que me baso para decir que tenemos que tener esperanza es una opinión que vi alguna vez en un documental del filósofo y académico afroamericano Cornell West. West es un pensador bastante controversial con opiniones socialistas y de izquierda que ha tenido un rol central en las conversaciones acerca de las relaciones de raza, en ocasiones tan difíciles, en los Estados Unidos.

Cuando le preguntaron acerca de la diferencia entre la esperanza y el optimismo, él dice lo siguiente: “Pienso que cualquier conversación acerca de desesperación o desesperanza no es donde se termina sino más bien donde se comienza, y después el valor y el sacrificio entran pero al nivel de esperanza, no optimismo. El optimismo y la esperanza son diferentes, el optimismo tiende a ser basado en la noción de que hay suficiente evidencia en el mundo real que nos permite pensar que las cosas van a mejorar; mucho más racional, profundamente secular. Mientras tanto, la esperanza ve la evidencia y dice ‘esto no se ve nada bien, no se ve nada bien, vamos a ir más allá de la evidencia, intentar crear nuevas posibilidades basadas en visiones que sean contagiosas para que nos permitan actuar de una manera heroica, siempre en contra de las posibilidades, sin ninguna garantía’, ¡Eso es esperanza! Pero soy un prisionero de la esperanza, voy a morir siendo un prisionero de la esperanza. Jamás hay que creer que la miseria y la desesperanza tienen la última palabra”.

Por lo que me deja este argumento de West, mi padre tiene algo de razón; el pesimismo si sirve, pero como punto de partida y no como punto final. Después del optimismo tenemos que ser invadidos por una esperanza hasta cierto punto irracional que nos permita creer que podemos hacer hasta lo imposible. Y término diciendo que igual que West soy un eterno prisionero de la esperanza, por lo que a mi toca nunca dejare que la miseria, la pobreza, la ignorancia, la corrupción, la impunidad, la violencia, la injusticia y la desesperanza tengan la última palabra en nuestro país y sé que como yo hay muchos en este país que moriremos siendo prisioneros de la esperanza.

Carta abierta al Presidente Obama*

JESÚS REYES

En esta ocasión, queridos amigos lectores, les comparto una carta que le escribí al Presidente de los Estados Unidos de América, Barack Obama, en las vísperas de su visita a Toluca. En este espacio, la reproduzco integra:

Querido Presidente Obama:

Mi nombre es Jesús Reyes, soy un ciudadano Mexicano de 23 años viviendo en mi estado natal de Zacatecas. Sin embargo, por siete años fui un residente legal del estado de California en los Estados Unidos, del 2005 al 2012. Cursé la preparatoria por tres años en Albany, California y después fui premiado con una beca del 100 por ciento para asistir a la Universidad de California campus Berkeley. Completé mi licenciatura en Ciencias Políticas y un diplomado en Estudios de Paz y Conflicto en el 2012 y después de graduarme regresé a mi país para tratar de aplicar la educación que había recibido para mejorar la situación de mis compatriotas Mexicanos.

Siempre he tenido una gran simpatía hacia usted. Desde que incursionó en la escena política en el año electoral 2008, sabía que apoyaría gustosamente su candidatura porque para mí, usted representaba un cambio real en un sistema que lo necesitaba profundamente. Para mí, usted hablaba por los millones que no tenían voz; las minorías raciales, los que eran discriminados, los pobres no solo en Estados Unidos pero alrededor del mundo. Mientras me graduaba de la preparatoria y comenzaba mi despertar político me ofrecí a trabajar voluntariamente para su campaña; hice llamadas telefónicas, repartí calcomanías y posters, mandé emails, convencí gente. Recuerdo perfectamente el día que tomó posesión, su inauguración como presidente, el martes 20 de enero del 2009; recuerdo porque ese fue mi primer día como estudiante universitario y la práctica de laboratorio de química (quería estudiar medicina en un principio) que fue mi primera clase universitaria tuvo un receso especial para que todos pudiéramos ver su discurso inaugural, eso es lo que usted significó para toda una generación de jóvenes.

Su discurso ese día es probablemente uno de mis favoritos de la historia, especialmente me gustó el mensaje que le dio al mundo: sentí que era personal. Entendía pero no podía simpatizar con todas esas palabras que dirigió a la gente estadounidense, yo no era una de ellas, pero era parte del resto del mundo. Entre varias cosas que me marcaron, usted dijo “que Estados Unidos era un amigo de cada nación y cada hombre, mujer y niño que buscara un futuro de paz y dignidad”, propuso un mundo de “mayor entendimiento entre las naciones”. Sus exactas palabras fueron: “a aquellos que se mantienen en el poder a través de la corrupción y la mentira y el silenciamiento del desacuerdo, sepan que están en el lado equivocado de la historia” y “a la gente de las naciones pobres” les dijo que “prometía trabajar junto con ellos para hacer que sus campos prosperaran y dejar que las aguas puras fluyeran; para nutrir cuerpos necesitados y alimentar mentes hambrientas”.

Es precisamente por eso que le escribo a usted el día de hoy. Sé que actualmente está enfrentando un momento difícil en su presidencia, que sus números de popularidad no están donde ni usted ni yo quisiéramos que estuvieran y que las acciones que usted prometió tomar han sido difíciles de cumplir debido a una oposición terca y con la cual es difícil trabajar. Eso es un tema para otro día y otra carta; sin embargo, la relación que ha establecido particularmente con el gobierno de mi país es algo que me preocupa profundamente.

En un comunicado distribuido por la cancillería mexicana el pasado lunes 13 de enero, decía que usted le había llamado al presidente de México, Enrique Peña Nieto y lo había felicitado por la implementación exitosa de varias reformas constitucionales durante su primer año en el poder. Para mí, la realidad de que usted haya hecho eso y que piense que estas reformas son buenas para mi país va directamente en contra de lo que usted dijo en Washington esa mañana fría de enero del 2009. La realidad de mi país es que la mayoría de las reformas impulsadas por Peña Nieto son rechazadas por la mayoría de la gente y no reflejan lo que los ciudadanos quieren para el futuro de su y mi país. Esto es especialmente el caso de la última y más importante de las reformas aprobadas; la energética.

México siempre ha tenido un gran orgullo de su industria petrolera pública y la compañía que la representa: PEMEX. En 1938, uno de los mejores presidentes en la historia de este país, Lázaro Cárdenas (el Franklin D. Roosevelt de la política mexicana si usted quiere), nacionalizó y expropió el petróleo de nuestro país y expulsó a las compañías que lo estaban extrayendo. Esto no fue fácil y tampoco fue hecho simplemente por un falso sentido de patriotismo; Cárdenas entendía que el petróleo (ya que lo teníamos en grandes cantidades) podía ser la palanca del desarrollo que México necesitaba después de una revolución sangrienta; y aunque fue costoso expulsar a estas compañías, el pueblo de México se unió y voluntariamente le pagó al gobierno lo que pudieran para que México pudiera indemnizar a estas corporaciones y el petróleo pudiera ser nuestro y apoyar a las generaciones futuras.

Ahora, con el simple trazo de una pluma, Peña Nieto está abriendo esta industria clave a los intereses extranjeros y les está permitiendo producir ganancias de algo que es supuestamente solamente propiedad de los mexicanos. Es, aunque el presidente no lo quiera admitir, una privatización de facto. Sé que si usted es un creyente en el libre mercado no le parecerá esto tan insultante y ofensivo como le parece a la mayoría de los mexicanos, pero la realidad que hemos tenido que enfrentar en México es que esto ha pasado con un sinnúmero de otras industrias, para resultar simplemente en el detrimento del desarrollo de nuestro país. Los ferrocarriles fueron privatizados y ahora ya no tenemos trenes, la industria telefónica y de comunicaciones fue privatizada (regalada más bien) y esto creó precios exorbitantes para los consumidores y una de las fortunas más grandes del mundo cuando la mayoría del país vive en la pobreza, los bancos también fueron privatizados y un poco tiempo después la mayoría de estos se declararon en bancarrota y tuvimos que rescatarlos con fondos públicos (una deuda que seguimos pagando hasta el día de hoy). Por todas estas razones y muchas más, no estamos tan seguros que esta privatización de facto de la industria petrolera resultará en algo más que el despojo del único recurso que queda en las manos del pueblo.

Le digo todo esto porque usted propuso un mayor entendimiento entre naciones y es fundamental que usted entienda todo esto antes de que felicite a nuestro presidente por algo con lo que la mayoría de los mexicanos no estamos de acuerdo. Esta reforma fue escasamente discutida en el congreso y fue aprobada el 12 de Diciembre, un día en el que celebramos una fiesta muy sagrada, y los congresos locales la ratificaron solamente unos cuantos días después entre protesta y agitación social de algunos, mientras la mayoría de la gente se estaba preparando para las vacaciones. Ahora, mucha gente está proponiendo y demandando una consulta ciudadana para ver si en realidad esta reforma es apoyada por la mayoría de los mexicanos; como este es un tema clave en el sistema político de nuestro país lo único que queremos es que nuestro gobierno nos escuche. El partido en el poder ha negado la posibilidad de que esto suceda.

Usted puede preguntarse que si esta es la realidad, si la mayoría de la gente no está de acuerdo con las acciones de Peña Nieto, entonces ¿Por qué lo elegimos como nuestro presidente hace apenas dos años? La realidad es que las mismas cosas contra las cuales usted habló en ese discurso inaugural son las mismas cosas que él usó para ser elegido, corrupción y mentira; por esto: de acuerdo a su propio juicio, él (Peña Nieto) está en el lado equivocado de la historia. La elección del 2012 estuvo plagada de irregularidades y el dinero fluyó en cantidades increíbles para comprar el voto de la gente. Por más que mucha gente como yo tratamos de detenerlo, no pudimos hacerlo.

Como usted describió en su discurso, yo soy simplemente un hombre buscando paz y dignidad para mi país y sé que estas reformas pasadas recientemente no son la manera de lograr ese objetivo. También dijo que ayudaría a naciones pobres como la mía a crecer y prosperar y hay un sinnúmero de expertos que estarían de acuerdo en que felicitar a un presidente por ir en contra de la voluntad de la gente no es la manera de hacerlo.

Sé que esta carta tiene muy pocas probabilidades de llegar a sus manos y menos de que usted sea directamente el que lea estas palabras, pero tal vez es el mismo optimismo que usted infundio en mí durante ese discurso inaugural el que me empuja a escribirla de cualquier manera. Somos un país que necesita ayuda Sr. Presidente, un país con crecientes problemas de violencia, con homicidios y balaceras todos los días, un país lleno de pobreza indignante y desigualdades enfurecedoras, un país que después de haber luchado para terminar 70 años de la “dictadura perfecta” está enfrentándose a la posibilidad de que esta se establezca una vez más en el poder.

Por favor entienda la terrible realidad en la que se encuentra mi país y haga algo para detenerla. En el peor de los casos, deje de apoyar a un gobierno que no es legítimo en los ojos de muchos y al que le importa muy poco lo que la gente quiere.

Atentamente,

J. Jesús Reyes R. del Cueto

*Esta carta fue traducida al inglés y enviada tanto electrónica como físicamente a la casa blanca y a Organizing for Action, la organización comunitaria que encabeza el Presidente Barack Obama.